29 sept 2014

Una red de vida

Mi vecino está construyendo su casa. Cada mañana nos saludamos y hablamos sobre cómo nos va. Nos damos ánimos y nos deseamos un buen día, mientras él se sube al andamio y yo me siento delante del ordenador. De esta manera, cada día recreamos y reforzamos un vínculo afectivo. Hace dos días necesitaba ayuda para mover unos andamios. Estuve toda la mañana con él cambiando barras y plataformas. Pasamos un buen rato e hicimos un buen trabajo. De esta manera nuestro vínculo se convierte en espacio de apoyo y sostén. Un día se le acabaron los materiales y necesitaba dinero para comprar más. Le ofrecí un préstamo para que me lo devolviera cuando pudiera, poco a poco, sin prisas. Compró ladrillos, cemento y algunas otras cosas que necesitaba para seguir avanzando. De esta manera, nuestro vínculo permite encauzar energía de quien la tiene a quien la necesita. 
Un vínculo es un simple hilo en una red que nos conecta con otras personas y con el mundo, es una abertura, un camino, un pequeño paso por el que me conecto con personas cercanas, personas que a su vez estarán conectadas con otras personas, y éstas con otras y con otras hasta el infinito. Al cuidar mis vínculos, no sólo cuido a las personas que me rodean, estoy igualmente cuidando y nutriendo la red que nos sostiene a todas. Esta red, por la que circulan afectos, energía, conocimiento y todo tipo de recursos, se nutre de lo que cada uno de nosotros aporta. Cuanto mayor sea nuestra aportación, más sólida y resistente se hace, mayor es su capacidad de nutrirnos de vuelta. En realidad, esta red es todo lo que necesitamos para vivir, es una red de vida, es el tejido de la vida, sostiene la vida y ha sostenido a los seres humanos durante miles de años. ¿Acaso ha dejado de funcionar?

No, evidentemente no ha dejado de funcionar. Sigue nutriendo y alimentando el planeta entero. Sólo que los seres humanos nos hemos ido alejando paulatinamente de ella, pensando ingenuamente que para sostenernos bastaba crear un mercado (otra forma de red) que nos permitiría conseguir todo aquello que necesitamos para vivir. No sabíamos, o no quisimos saber, que el precio era alto, que el mercado no regala nada ni nos da todo lo que necesitamos, que está hecho para el lucro de unos pocos y la miseria de muchos, que habríamos de trabajar mucho para apenas conseguir nada. Y es que el mercado capitalista no es en realidad una red de vida. Productos y servicios sólo se ofrecen desde unos pocos productores a una gran masa de consumidores pasivos. Para poder acceder a ellos, las personas deben trabajar duro y pagar un precio que multiplica descaradamente su valor real. No hay un intercambio real, no hay saberes compartidos que se alimentan desde todas partes, no hay creación colectiva. Y lo que es peor, no hay calidez ni flujo afectivo, o lo transforma en un producto más que se compra y se vende.  

No, el mercado capitalista no es una red de vida, no lo necesitamos, aunque soy consciente de que no podemos prescindir totalmente de él mientras no tengamos una alternativa mejor. Esa alternativa esta emergiendo en estos momentos, lentamente, aquí y en otros muchos lugares del mundo. Miles de personas están creando nuevos vínculos entre sí, tejiendo redes de proximidad por las que circulan alimentos de la huerta, espacios para vivir y compartir, saberes de antiguos oficios, plantas medicinales para una salud integral, nuevas formas de comunicación y organización, diversas especies de dinero y moneda, nuevas formas de financiación…, pero sobre todo circula también calor humano, cercanía, conexión, presencia, alegría, reconocimiento, respeto, vida! Todo esto está ocurriendo ahora mismo, delante de tus ojos. Continuamente te llegarán oportunidades de participar. Puedes dejarlas pasar o abrirte a ellas, sabiendo que al hacerlo estás nutriendo la red que sostiene la vida, la red que nos sostiene a todos. Gracias.